martes, 11 de agosto de 2009

El Hudson

Cuando estuvimos esta primavera mi mujer y yo en Nueva York, mientras contemplaba el Hudson desde el puerto deportivo que hay delante del Winter Garden, recordé el accidente que meses atrás, en enero de este año, había sufrido un Airbus 320 de la US Airways que transportaba 150 pasajeros a bordo.

Según relataron los noticiarios, el avión que acababa de despegar del JFK y se dirigía a Charlotte, Carolina del Norte, había chocado con una bandada de gansos provocando el fallo de una de las turbinas del avión. El piloto, Chesley Sullenberger, un veterano piloto de 57 años, comprendió que con el avión en ese estado, nunca volvería al aeropuerto y en una complicada maniobra, después de realizar un semicírculo, había enfilado el Hudson y acuatizado sobre el río sin que ninguno de los ocupantes del avión sufriera el más mínimo rasguño.

Desgraciadamente, el Hudson ha vuelto a ser nombrado el pasado día 7. Nueve personas han perecido al estrellarse una avioneta con un helicóptero de los que realizan vuelos turísticos sobre Manhattan y en el que volaban cinco turistas italianos, cayendo ambos aparatos al río a la altura de la calle 14.

Al oir la trágica noticia mi mujer y yo comentábamos con pesar el suceso y la mala leche que a veces tiene la vida.

-Es espantoso - me decía - imagínate que solo uno de nosotros dos, ha subido al helicóptero y el que se queda en el suelo es testigo del accidente. Que horror, que mala suerte; estar disfrutando de un viaje soñado y que todo termine así….

Recordábamos que en este viaje a Nueva York, yo iba con ganas de volar en uno de esos helicópteros. Mis hijos antes de irnos me habían animado a que no me lo perdiese y los comentarios que había oído de amigos que habían realizado el vuelo, describían la belleza de las imágenes de un Manhattan visto desde el aire.





Una vez llegado a Nueva York, y vistos los precios - me parece recordar que eran unos 160 dólares por quince minutos de vuelo - y lo ajustado de los itinerarios que nos habíamos marcado, decidí eliminar la aventura del vuelo de nuestro programa de viaje, cosa que en el fondo agradecí en mi interior, porque, lo mío, no son los aviones aunque mi querido padre, como se puede apreciar en alguna foto de este blog, ya intentó crear en mí la afición paseándome por los cielos en avioneta.

El caso es que, ironías del destino, puedes volver sano y salvo de alguno de los llamados viajes de aventura a través de desiertos, selvas o glaciares y desaparecer, maldita sea, tragado por las aguas del Hudson ante la mirada atónita de tus acompañantes.

Ayer, repasando notas que había tomado sobre la historia de Nueva York antes de iniciar el viaje, recordé que uno de los monumentos que figuran como curiosos dentro de los existentes en el Tompkins Square Park, - el parque del East Village – es una fuente, la Slocum Memorial Fountain.

El General Slocum, era un barco a vapor de aquellos que, hace un siglo, remontaban el Hudson por medio de su gigantesca rueda dotada de aspas, uniendo Manhattan con Albany, la ahora capital del Estado de Nueva York.

Aquella mañana del 15 de junio de 1.904 más de 1.400 personas iban ocupando alegremente sus asientos en las tres grandes cubiertas del Slocum. La mañana, primaveral, prometía un feliz día a sus ocupantes, muchos de ellos niños, hijos de inmigrantes alemanes que residían en la zona del East Village, que hoy se encuadra dentro de la llamada Ciudad Alfabética y que se llegó a denominar la Pequeña Alemania debido al elevado número de alemanes que allí vivían. No era para menos. Iban a realizar una excursión por el Hudson para llegar hasta Rockaways, bajando por el East River y pasarían el día en el famoso parque de diversiones, Rockaways’ Playland construido tres años antes y que tenía una impresionante montaña rusa entre otras atracciones ya grandiosas para aquella época.

Desgraciadamente el Slocum no llegó a su destino. Al poco de partir, se inició un incendio en alguna zona del vapor que se extendió rápidamente a todo el barco, hundiéndose este al lado de la North Brother Island y pereciendo 1.021 personas de las cuales, gran parte, fueron mujeres y niños.

La fuente del Tompkins Park fué colocada por inmigrantes alemanes en memoria de sus numerosos compatriotas desaparecidos en el Hudson.

Los neoyorquinos también recuerdan el fatídico 16 de octubre de 2003 cuando el ferry de la línea que une Manhattan con Staten Island, en la desembocadura del Hudson, se estrelló contra el muelle al haberse quedado dormido el capitán. Murieron 10 personas y más de 40 resultaron heridas, algunos de ellos con graves amputaciones al ser segado el ferry por la barrera de troncos que canalizaba la entrada al embarcadero de Staten Island.

Realmente, desde 1609 - fecha en que el explorador inglés Henry Hudson llegó a la bahía de Nueva York e inició la exploración del río que toma su nombre - se dice que son centenares los barcos catalogados que reposan hundidos en el fondo del Hudson, barcos principalmente holandeses e ingleses. Como es obvio, son también muchos los cadáveres que el río esconde entre sus turbias aguas. Parece como si cada cierto tiempo reclamase su macabro peaje.

Disfruté del paseo en barco por el Hudson en mi pasado viaje a Nueva York pero, creo que la próxima vez que vuelva a esta ciudad me contentaré con observar, sentado en los jardines de Battery Park, el skyline de Nueva Jersey al otro lado del río.

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