lunes, 31 de agosto de 2009

La casa de "Psicosis"


La imagen corresponde a uno de los famosos cuadros del pintor neoyorkino Edward Hopper.

El cuadro titulado “House by the railroad” está colgado en el MOMA de Nueva York y tuve la ocasión de admirarlo la última vez que estuve en esta ciudad.

La obra de Hooper siempre me ha fascinado. Sus cuadros muestran preferentemente paisajes vacíos o ambientes urbanos intimistas en los que el individuo se percibe rodeado por un mundo de soledad. Sin embargo, la fuerza de la luz que ilumina siempre esa soledad es la que genera la impresión que percibe el espectador.

Cuando ví este cuadro por primera vez en un libro dedicado a la obra de Hopper, me vino a la cabeza el siniestro hotel de la película “Psicosis”, el famoso “Bates Motel” en el que, Norman Bates, el dueño del hotel encarnado por Anthony Perkins, cometía sus psicóticos crímenes bajo la supuesta influencia de su vieja madre.

Siempre que miraba este cuadro pensaba: ¿donde estará esta mansión victoriana que retrató Hooper en 1925, situada al lado de unas vías de tren y que parece circular sobre ellas?, ¿se inspiraría Hitcochk en esta pintura para diseñar el hotel de su película?

La primera interrogante no la he podido resolver por ahora. Tal vez, algún día, un despistado y viajado internauta husmee en mi blog y sepa darme la contestación, cosa que me agradaría.

Con respecto a la segunda interrogante y de acuerdo con un artículo que ayer leía sobre la famosa película, no parece que la pintura de Hopper influyese en Hitchcock o en los realizadores que para él trabajaron en el diseño del "Bates Motel".

Todos los parques temáticos que la Disney ha abierto por el mundo, tienen alguna “Haunted Manor” – Casa Embrujada o Casa del Terror- en la que dentro de una casa con aspecto tétrico y siniestro, una serie de actores se dedican a putear y pegar sustos morrocotudos a todo aquel que paga por sufrir de miedo.

Cuando Walt Disney decidió abrir su primer parque temático, allá por la década de los 50, en California, estuvo buscando una casa prototipo para su “Haunted Manor” y sus diseñadores, le prepararon varios esquemas de casas del horror. El, personalmente, se enteró de una, la “Winchester Mystery House”, una conocida mansión de San José, California que había estado en construcción 38 años y que había sido residencia personal de Sarah Winchester, la viuda del fabricante de los famosos Winchester, William Wirt Winchester, y que en ese momento era una atracción turística

Según la leyenda popular, Winchester pensaba que la casa estaba dominada por el fantasma de las personas asesinadas por los rifles Winchester, y que sólo las continuas ampliaciónes los mantendría en calma. La construcción duró desde 1884 hasta su muerte en 1922 sin ningún proyecto previo ni plan constructivo. Mansión gigantesca, en ella abundan las escaleras que no llevan a ninguna parte y largos pasillos que atraviesan gigantescas habitaciones llenas de puertas.

En base a esta casa, se realizaron una serie de diseños que Walt Disney archivó sin llegar a plasmarlos en su “Haunted Manor” del Parque Temático de California.

Parece que Hitchcock, antes de iniciar el rodaje de “Psicosis”, le relató a Walt Disney su proyecto y este le mostró los diseños de la “Haunted Manor” que tenía archivados y a Hitchcock le encantaron, basando el diseño del “Bates Motel” en ellos y estrenando su película en 1960.

Cuando en 1992 la Dysney montó su Parque Temático en Francia, el Eurodisney de Paris, montó una “Haunted Manor” de acuerdo a los primitivos diseños que tenía en sus archivos lo que provocó las iras de los dueños de los derechos de “Psicosis” los cuales demandaron a los Estudios Walt Dysney. Estos últimos acreditaron la antigüedad de sus primitivos diseños y ganaron el pleito como es lógico.

He buscado las imágenes de la “Winchester Mystery House” en Internet por si Hooper que era de la época se hubiera inspirado en ella pero esta mayestática edificación no tiene nada que ver con el misterioso aire de su pintura, y tampoco, al menos actualmente, con la que Hitchcock filmó en su película.

Esta última descansa en los Universal Estudios de Los Angeles como atracción para visitantes junto a otros recuerdos del cine tales como una gigantesca réplica de “King Kong” y otra de el tiburón de “Shark” (Tiburón).

Yo sigo mirando la imagen de ambas casas y siempre me viene a la cabeza la escena de la ducha en que la falsa madre del joven Bates asesina a la rubia que ha tenido la mala fortuna de parar en el único hotel en el que jamás debería haber parado.

miércoles, 26 de agosto de 2009

La memoria involuntaria



Releyendo el otro día uno de los primeros libros de Umbral, me detuve en una referencia que hace de Marcel Proust en la que relata que, según el famoso escritor francés, en el olfato reside la memoria involuntaria que es la que nos depara las más secretas sensaciones.

No sé si Proust escribió esta afirmación, así exactamente y con esta mismas palabras, pero la cita de Umbral creo que tiene su base en el conocido pasaje de Por el camino de Swann, la primera novela de las siete que componen la saga de En busca del tiempo perdido escritas por el novelista francés, y en la que el protagonista, al probar una magdalena mojada en una tila que su tía le ofrece, reconoce ese sabor y lo asocia con una serie de recuerdos de su niñez, la casa de sus padres, la plaza cercana a ella, las calles por las que caminaba,…..

No es exactamente el olfato el que despierta en este pasaje los recuerdos almacenados, sino el gusto o bien, ambos, porque en realidad, son los cinco sentidos los que extraen en ciertos momentos los archivos ocultos de nuestra memoria, cada vez más frecuentemente a medida que vamos envejeciendo.

Recuerdo haber leído algo de la saga de Proust con 19 o 20 años pero, también recuerdo que me resultó una literatura densa, vieja para mi juventud. Hoy, cuando me aproximo inexorablemente a la vejez, si vuelvo a releer a este escritor, seguramente estaré más cerca de su literatura y de sus teorías sobre la memoria involuntaria inspiradas, parece, por un célebre precursor de Freud, sobre todo porque mis recuerdos de una vida son grandes y se almacenan silenciosos, en los distintos lóbulos o hemisferios de mi cerebro.

Por ejemplo, según dicen los estudiosos del cerebro, los recuerdos visuales se archivan en el lóbulo occipital del cerebro, mientras que los auditivos se registran en el lóbulo temporal derecho y las estructuras cerebrales que procesan el gusto y el olfato son diferentes, funcional y anatómicamente, de las que procesan vista y oído. También parece que los recuerdos asociados a fuertes emociones están más profundamente grabados y que grabamos mejor las impresiones visuales que las olfativas y que estas nos resultan muy difíciles de describir pero nos evocan recuerdos de forma muy intensa y especialmente asociados a emociones de nuestra infancia, cuando el cerebro, sin que tu lo intuyas, está siendo sometido a un constante aprendizaje.

Es verdad que me resulta imposible describir con palabras como es el olor a tierra mojada o el de la leña ardiendo en la chimenea, o el de la carbonilla de los trenes a vapor en que he viajado, pero esos olores y el de cientos de ellos están en mis recuerdos tal vez desde la primera vez que percibí aquel olor y desde entonces, mi memoria involuntaria se dispara y los procesa y activa cada tarde de verano que la tormenta descarga en la lejanía o cuando paseo una fría mañana de invierno por las calles de un pueblo serrano.

Como niño nacido en la meseta, lejos del mar, tengo recuerdos de los veranos en que lo fui conociendo de la mano de mis padres. Me parecía infinito, peligroso y atractivo a la vez, heladas y cálidas sus aguas pero sobre todo, tengo grabado el recuerdo del olor a mar, del olor a salitre. Cada verano, cuando volvíamos al mar, la primera impresión era olfativa. ¡Ya huele a mar! - decíamos emocionados mi pequeña hermana y yo- cuando todavía nos faltaban unas decenas de kilómetros para verlo. También la humedad marina que se te adhería al brazo, asomado a la ventanilla del autocar, llamaba al recuerdo de iguales sensaciones.

Recuerdo voces que ya nunca jamás volverán a sonar, pero se han quedado ahí grabadas, como registros sonoros del pasado. Reconocería en cualquier momento la voz de mi padre o de mi madre, también la de mi abuela y la de muchas personas que quise y se fueron. También recuerdo como en la lejanía, el sonido de una radio y una canción a través del patio de vecindad y esa canción hoy me devuelve a mi pequeña habitación de la casa paterna y al igual que el protagonista de Proust, vuelvo a ver la mesa donde me sentaba a estudiar, y la estantería donde empezaban a nacer mis libros, y el plato con la merienda de pan y membrillo a medio terminar.

A veces veo a mi mujer, tomar un poco de membrillo de postre y me vienen al recuerdo aquellas meriendas, los sabores, los puestos del mercado cercano a nuestra casa, el tendero que cortaba cuidadosamente el dorado bloque de membrillo y mi madre a mi lado, muy alta y muy joven, y empiezo a desplegar círculos concéntricos que se abren como cuando lanzas una piedra al agua, y fuera del mercado están las calles por las que pasé tantas veces, y el colegio en el que aprendí lo poco que sé y mis amigos y mis primeros amores y pienso que estoy buscando el tiempo perdido, el tiempo pasado y ese no se puede encontrar.

Ese solo está en mi memoria involuntaria y aparece cuando ella quiere.

De forma involuntaria.

martes, 11 de agosto de 2009

El Hudson

Cuando estuvimos esta primavera mi mujer y yo en Nueva York, mientras contemplaba el Hudson desde el puerto deportivo que hay delante del Winter Garden, recordé el accidente que meses atrás, en enero de este año, había sufrido un Airbus 320 de la US Airways que transportaba 150 pasajeros a bordo.

Según relataron los noticiarios, el avión que acababa de despegar del JFK y se dirigía a Charlotte, Carolina del Norte, había chocado con una bandada de gansos provocando el fallo de una de las turbinas del avión. El piloto, Chesley Sullenberger, un veterano piloto de 57 años, comprendió que con el avión en ese estado, nunca volvería al aeropuerto y en una complicada maniobra, después de realizar un semicírculo, había enfilado el Hudson y acuatizado sobre el río sin que ninguno de los ocupantes del avión sufriera el más mínimo rasguño.

Desgraciadamente, el Hudson ha vuelto a ser nombrado el pasado día 7. Nueve personas han perecido al estrellarse una avioneta con un helicóptero de los que realizan vuelos turísticos sobre Manhattan y en el que volaban cinco turistas italianos, cayendo ambos aparatos al río a la altura de la calle 14.

Al oir la trágica noticia mi mujer y yo comentábamos con pesar el suceso y la mala leche que a veces tiene la vida.

-Es espantoso - me decía - imagínate que solo uno de nosotros dos, ha subido al helicóptero y el que se queda en el suelo es testigo del accidente. Que horror, que mala suerte; estar disfrutando de un viaje soñado y que todo termine así….

Recordábamos que en este viaje a Nueva York, yo iba con ganas de volar en uno de esos helicópteros. Mis hijos antes de irnos me habían animado a que no me lo perdiese y los comentarios que había oído de amigos que habían realizado el vuelo, describían la belleza de las imágenes de un Manhattan visto desde el aire.





Una vez llegado a Nueva York, y vistos los precios - me parece recordar que eran unos 160 dólares por quince minutos de vuelo - y lo ajustado de los itinerarios que nos habíamos marcado, decidí eliminar la aventura del vuelo de nuestro programa de viaje, cosa que en el fondo agradecí en mi interior, porque, lo mío, no son los aviones aunque mi querido padre, como se puede apreciar en alguna foto de este blog, ya intentó crear en mí la afición paseándome por los cielos en avioneta.

El caso es que, ironías del destino, puedes volver sano y salvo de alguno de los llamados viajes de aventura a través de desiertos, selvas o glaciares y desaparecer, maldita sea, tragado por las aguas del Hudson ante la mirada atónita de tus acompañantes.

Ayer, repasando notas que había tomado sobre la historia de Nueva York antes de iniciar el viaje, recordé que uno de los monumentos que figuran como curiosos dentro de los existentes en el Tompkins Square Park, - el parque del East Village – es una fuente, la Slocum Memorial Fountain.

El General Slocum, era un barco a vapor de aquellos que, hace un siglo, remontaban el Hudson por medio de su gigantesca rueda dotada de aspas, uniendo Manhattan con Albany, la ahora capital del Estado de Nueva York.

Aquella mañana del 15 de junio de 1.904 más de 1.400 personas iban ocupando alegremente sus asientos en las tres grandes cubiertas del Slocum. La mañana, primaveral, prometía un feliz día a sus ocupantes, muchos de ellos niños, hijos de inmigrantes alemanes que residían en la zona del East Village, que hoy se encuadra dentro de la llamada Ciudad Alfabética y que se llegó a denominar la Pequeña Alemania debido al elevado número de alemanes que allí vivían. No era para menos. Iban a realizar una excursión por el Hudson para llegar hasta Rockaways, bajando por el East River y pasarían el día en el famoso parque de diversiones, Rockaways’ Playland construido tres años antes y que tenía una impresionante montaña rusa entre otras atracciones ya grandiosas para aquella época.

Desgraciadamente el Slocum no llegó a su destino. Al poco de partir, se inició un incendio en alguna zona del vapor que se extendió rápidamente a todo el barco, hundiéndose este al lado de la North Brother Island y pereciendo 1.021 personas de las cuales, gran parte, fueron mujeres y niños.

La fuente del Tompkins Park fué colocada por inmigrantes alemanes en memoria de sus numerosos compatriotas desaparecidos en el Hudson.

Los neoyorquinos también recuerdan el fatídico 16 de octubre de 2003 cuando el ferry de la línea que une Manhattan con Staten Island, en la desembocadura del Hudson, se estrelló contra el muelle al haberse quedado dormido el capitán. Murieron 10 personas y más de 40 resultaron heridas, algunos de ellos con graves amputaciones al ser segado el ferry por la barrera de troncos que canalizaba la entrada al embarcadero de Staten Island.

Realmente, desde 1609 - fecha en que el explorador inglés Henry Hudson llegó a la bahía de Nueva York e inició la exploración del río que toma su nombre - se dice que son centenares los barcos catalogados que reposan hundidos en el fondo del Hudson, barcos principalmente holandeses e ingleses. Como es obvio, son también muchos los cadáveres que el río esconde entre sus turbias aguas. Parece como si cada cierto tiempo reclamase su macabro peaje.

Disfruté del paseo en barco por el Hudson en mi pasado viaje a Nueva York pero, creo que la próxima vez que vuelva a esta ciudad me contentaré con observar, sentado en los jardines de Battery Park, el skyline de Nueva Jersey al otro lado del río.