El pasado 31 de mayo fallecía en Nueva York la escultora Louise Bourgeois, una de las artistas más interesantes y más cotizadas en el panorama actual del arte mundial.
Tenía únicamente 98 años y en sus últimos días de vida se encontraba tremendamente vital, ilusionada, asesorando al comisario de la muestra que sobre su obra se iba a realizar - ahora de forma póstuma y hasta mediados de septiembre en los Almacenes de la Sal en Venecia - hasta que de repente el corazón dijo: basta.
La escultora parisiense, discípula de Fernand Léger y prácticamente una desconocida hasta que el MOMA, en 1982, le dedicó una retrospectiva cuando ya había cumplido los 70 años, ha sido posteriormente reconocida y admirada, por su singular obra y en gran parte, por sus arañas, por esas arañas gigantescas que se han exhibido en muchos de los grandes museos del mundo causando admiración y sorpresa a los espectadores de su arte.
Entre todas ellas destaca “Maman 1999” que es una escultura de acero de más de nueve metros de altura y que representa una araña de gigantescas patas en cuyo abdomen porta una serie de huevos realizados en mármol. Esta escultura se presentó en la inauguración de una sala de la Tate Modern en el año 2000 y luego la galería la adquirió en el año 2008 como uno de los fondos de su colección.
De la “Maman” se hicieron una serie de reproducciones en bronce que – como comentábamos antes – se han expuesto en algunos de los grandes museos del mundo, entre ellos, el Guggenheim de Bilbao donde se puede admirar una copia de la gigantesca “Maman” en el exterior del mismo haciendo compañía a “Puppy”, el florido perro del artista americano Jeff Koons, y con el que compite en altura.
La obsesión por las arañas en la obra de Louise Bourgeois viene desde el comienzo de su producción y son numerosos los dibujos, grabados y esculturas de arácnidos en la obra de esta escultora que ha rozado todas las corrientes artísticas del siglo XX desde el cubismo hasta el surrealismo pasando por el collage y hasta por lo que podríamos llamar el arte-burla.
Ella contaba que había llamado “Maman” a la gran araña preñada como homenaje a su madre. Decía que la araña le recordaba a su madre siempre tejiendo en el negocio familiar que tenían de hilaturas de tapices y en el que ella también trabajó en sus orígenes.
También decía que le gustaba de las arañas el carácter protector que tenían al tejer sus telas para capturar a los mosquitos, insectos peligrosos por las enfermedades que podían transmitir a los niños pequeños.
Ella interpreta a sus arañas bajo el aspecto protector de una madre. Una madre de aspecto amenazador capaz de impresionar al que quiera atacar a sus hijos. Una madre continuamente tejiendo, trabajando para que no falte lo necesario. Una madre vigilante, cuidadora de la salud de los suyos.
Louise Bourgeois tuvo una infancia-adolescencia marcada por las relaciones extraconyugales que su padre mantenía con su institutriz y que la madre conocía y callaba y que se manifestarán en casi toda la obra de la artista, poniendo de relieve el odio que sentía por su padre y la admiración y el cariño que profesó a su madre.
“Mi infancia nunca ha perdido su magia, nunca ha perdido su misterio y nunca ha perdido su drama. Todos mis trabajos de los últimos 50 años tienen su origen en mi niñez”, llegó a decir con motivo de su retrospectiva en la Tate Modern.
Hoy ojeando la revista AD Architectural Digest de este mes me he encontrado con una foto del salón de la casa en Méjico de Eugenio López, uno de los mayores - según dicen - coleccionistas de arte en América Latina y en la que aparece una de las arañas de Louise Bourgeois, la Araña IV, y no he podido evitar un sentimiento de envidia hacia este hombre que puede admirar todos los días una pizca de la obra de esta gran artista que se ha ido pero que nos ha dejado sus sentimientos aunque estén plasmados en forma de arañas.