jueves, 13 de mayo de 2010

Caryl Chessman

Página del diario ABC del 4 de mayo de 1960
En este mes, concretamente el pasado día 2, se han cumplido cincuenta años desde que Caryl Chessman fuera ejecutado en la cámara de gas de San Quintín.

Yo tenía solo 14 años y recuerdo el impacto que causó la ejecución en los medios de difusión españoles, en aquellos años bastante limitados por la censura del regimen y al que, me imagino, no le gustaban nada las criticas a un país cuyo presidente - Dwight D. Eisenhower – había tenido el interés o la deferencia de viajar a España unos meses antes propiciando así nuestra apertura a las democracias mundiales y la salida del aislamiento internacional al régimen de Franco .

Caryl Chessman, también conocido como “el bandido de la luz roja”, había sido condenado en 1948 a una doble pena de muerte por dos crímenes de tipo sexual y de los que nunca se pudo demostrar fehacientemente que fuera el autor. Pasó doce años en una celda durante los cuales estuvo a punto de ser ejecutado en ocho ocasiones de las que se libró tras sucesivas apelaciones y argumentos legales. El propio juicio estuvo repleto de errores y sospechas y la simple transcripción de los procedimientos fue echa por un familiar alcohólico del abogado de la acusación.

El apodo venía motivado por los asaltos que sufrían las parejas de novios de San Francisco cuando, en plena actividad sexual dentro de sus automóviles, veían encenderse una luz roja por el parabrisas trasero que les hacía pensar en un control policial y del que se derivaban posteriormente desagradables consecuencias para ellos.

Chessman siempre adujo que el había sido un asaltante, jamás un violador. De hecho las descripciones físicas de las víctimas nunca coincidieron con sus rasgos.

Se comentó que Chessman, un inadaptado y delincuente habitual de 27 años, fue forzado a escribir y a firmar una confesión mientras estuvo en custodia en 1948 y aunque posteriormente cambió su confesión ya fue demasiado tarde.

Durante los doce años que estuvo en el penal escribió varios libros con sus memorias y una novela “The Kid Was A Killer”.

Como decía al principio, la muerte de Chessman después de tantos años de pelea por intentar demostrar su inocencia, generaron un movimiento mundial de repulsa a la pena capital y una gran crítica a la justicia y sociedad americanas.

Se llegó a opinar que para el estado de California, estado que aplicó la pena, la prolongada duración de la causa de un vulgar desconocido le había supuesto un descrédito y una mala prensa por lo que Chessman fue la víctima de la que al final se vengó no queriéndole conmutar la pena de muerte.

En su testamento dejó escrito: “Se dice que la pena capital sólo es aplicable a aquellos que no pueden ser rehabilitados. Sin embargo, el Caryl Chessman que llegó al pabellón de los condenados a muerte hace tanto tiempo y el Caryl Chessman que morirá envenenado por el gas son personas muy diferentes. Creo que mi vida hubiera sido útil para los demás, si el Estado se hubiese interesado en la justicia y no en la venganza”.

Todavía, cincuenta años después, algunos estados de un gran país, como es el formado por los Estados Unidos de América, siguen aplicando la pena de muerte sin querer entender que las sucesivas muertes de sus condenados no han servido para nada. Solo para prolongar esa mala fama que no se merece la sociedad americana.