domingo, 18 de octubre de 2009

Utopía y distopía



Utopía se llama la isla que creó la imaginación del humanista inglés Thomas More en una de sus obras en la que describe una sociedad formada por los utópicos, seres que viven felizmente en un sistema en el que todo es de todos y en el que nadie pasa privaciones, donde todo el mundo respeta la opinión de los demás pero en el que se sigue un orden impuesto y se respetan las leyes dictadas por un sistema de gobierno.

Utopía deberá el nombre a su conquistador el Rey Utopo, el cual, posteriormente a la conquista, ha transformado la topografía de la isla, abriendo un canal para crear un mar interior en el que, al estar rodeado de tierra, no existe el oleaje lo cual permite navegar por él y comunicarse con las cincuenta y cuatro ciudades que existen en la isla y cuya capital llamada Amaurota se sitúa en el centro de la misma.

El Rey Utopo, es también el responsable de haber convertido a las gentes bárbaras e ignorantes que la habitaban antiguamente en un pueblo trabajador, humanitario y noble ejemplo para todas las sociedades del mundo.

La obra, premonitoria del pensamiento socialista - fue escrita en el año 1516 - relata la organización y la forma de vida de las gentes que pueblan Utopía. El trabajo se desarrolla en aldeas por grupos de personas procedentes de las ciudades y que se dedican a la agricultura y a la cría de animales abasteciendo así de alimentos a la isla. Estos grupos viven en casas comunales gobernadas por un padre y una madre de familia con experiencia y edad avanzada y una vez pasada una temporada en la aldea y aprendido el oficio de la agricultura, regresan a la ciudad siendo sustituidos por un nuevo grupo al que previamente enseñarán lo aprendido. De esta forma, nadie ejerce durante largo tiempo un trabajo penoso como el de la agricultura, y se consigue que nunca falte gente que trabaje la tierra y proporcione el alimento que abastecerá a todos los habitantes de la isla.

En Utopía nadie cobra por trabajar pero nadie paga por comer ni por ninguna otra necesidad.

De Thomas More nos ha quedado su obra y la palabra utopía que derivada del griego significa: “lugar que no existe” y que figura en el diccionario de la RAE como: “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”.

También de un inglés, del filósofo y economista John Stuart Mill, parece que procede el antónimo de la palabra utopía y que él denominará distopía en un discurso pronunciado en el parlamento británico en 1868 y que ha llegado hasta nuestros días y con la que definiría una sociedad opuesta a la de Utopía, una sociedad opresiva, agobiante y pesimista, la de un mundo asociado con la idea del totalitarismo.

La distopía es la otra cara de la utopía. Mientras que ésta representa la previsión de un futuro mejor, aquélla lo es de uno peor. La distopía es una utopía negativa, la antiutopía, donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal.

La literatura y el cine han acumulado un gran número de titulos en los que la sociedad distópica da lugar al argumento de la obra.

“Un mundo feliz”, “Los que vivimos”, “1984”, “Fahrenheit 451”, “La naranja mecánica”, “El planeta de los simios”, “Rollerboll”, “Mad Max", “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Blade Runner)”, “Terminator”, “Soy leyenda”, y otras muchas, forman parte de la larga colección de obras que han tratado el tema y han profetizado unos mundos futuros casi apocalípticos en los que a veces la supervivencia es prácticamente el pensamiento único.

La Gran Crisis económica que nuestro país atraviesa en estos últimos tiempos no ha necesitado del cine ni de la literatura para poner de manifiesto ese posible mundo apocalíptico, el mundo distópico que se cierne sobre nosotros.

Vivíamos en un mundo utópico, en un mundo casi feliz en el que el trabajo estaba asegurado, la sanidad y nuestras pensiones del futuro también. Utópicamente los seres ponían en marcha proyectos casi irrealizables. Se compraban casas, coches de alta gama y segundas residencias para los fines de semana que superaban en mucho el poder adquisitivo de los compradores. Los Bancos prestaban dineros utópicos, a proyectos utópicos y la maquinaria funcionaba silenciosamente engañándonos a todos.

Casi dos millones de inmigrantes llegaron de otras tierras movidos por la gran utopía, la del mundo donde había trabajo para todos, donde era posible dar alimento y hogar a los suyos, donde se podía emprender un proyecto de futuro. Muchos perdieron la vida en el camino cruzando desiertos o atravesando mares en pequeñas embarcaciones que les llevaban a ese mundo ideal.

Ahora, el individuo de la sociedad distópica que se va generando por la Gran Crisis que no cesa, se atrinchera en las casas que compró y que sabe que no podrá pagar. No abre el casillero donde se acumulan las demandas y las reclamaciones judiciales. No sabe si mañana su empresa habrá cerrado las puertas o si será el nominado a dejar su puesto. Muchos de los inmigrantes que llegaron se disponen a cruzar nuevos desiertos y también muchos de los nuestros se preparan para acompañarles.

“Mad Max” es posible y también “La naranja mecánica”.

¿Dónde compraremos las armas para defendernos?

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